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Lecciones de resiliencia tras las inundaciones en Morelos

La experiencia en el terreno revela las claves para enfrentar la furia de la naturaleza y construir comunidades más resilientes.

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Lecciones de resiliencia tras las inundaciones en Morelos

Operativos de rescate en zonas anegadas, una imagen que se repite con preocupante frecuencia.

He vivido suficientes temporadas de lluvias en Morelos para reconocer el sonido del peligro. La noche del viernes, ese estruendo familiar regresó con una fuerza que anunciaba, una vez más, la llegada del caos. Las precipitaciones torrenciales no son meros datos en un informe; son el preludio de una batalla contra la corriente que libran familias enteras.

Los reportes oficiales de la Coordinación Estatal de Protección Civil (CEPCM) cuantifican el desastre en 190 inmuebles afectados y 28 personas rescatadas. Pero detrás de esas cifras hay historias de pérdida y de valor. Recuerdo una evacuación en La Joya, Jiutepec, donde el nivel del agua superó el metro ochenta. Allí, el Grupo USAR de la Cruz Roja demostró por qué el entrenamiento en Búsqueda y Rescate en Estructuras Colapsadas marca la diferencia entre el caos y la salvación. Las lanchas inflables no son solo equipo; son el último puente hacia la seguridad.

La experiencia me ha enseñado que la geografía de la vulnerabilidad tiene mapas precisos. Jiutepec y Emiliano Zapata siempre aparecen en el radar, no por casualidad, sino por una combinación de factores topográficos y urbanos que conocemos, pero que aún no hemos sabido mitigar del todo. En Emiliano Zapata, la instalación inmediata de un albergue temporal fue un acierto táctico. Una lección aprendida a fuego: la logística humanitaria debe activarse casi al mismo tiempo que las alarmas hidrometeorológicas.

El desbordamiento del río Salado en Xochitepec, que obligó al cierre de la autopista Cuernavaca-Acapulco, es un recordatorio de que la infraestructura vial es nuestra primera línea de defensa y, a la vez, nuestro punto más frágil. He visto cómo un cierre oportuno salva vidas, pero también cómo la impaciencia de los conductores puede crear nuevas tragedias. El llamado a evitar las riberas y los vados inundados no es una sugerencia; es un principio escrito con letras de luto.

En Cuernavaca, la capital, el colapso no fue solo hidráulico, sino también social. La suspensión del concierto de Matute en el recinto ferial por anegación muestra cómo los eventos culturales deben tener siempre un plan B climático. Es algo que deberíamos incorporar en nuestro protocolo mental colectivo.

La respuesta coordinada entre la CEPCM y el Sistema de Agua Potable y Alcantarillado de Cuernavaca (SAPAC) para restablecer servicios es el tipo de sinergia que se perfecciona con los años. Sabemos que las fallas eléctricas en las fuentes de suministro son un eslabón crítico. La Secretaría de Desarrollo Sustentable activando operativos de limpieza de calles y rejillas es la parte menos visible pero más vital de la prevención. La basura que hoy se tira, mañana tapona una alcantarilla y ahoga un barrio.

El pronóstico anuncia más precipitaciones. Y con él, la necesidad de aplicar, una vez más, las lecciones que la experiencia nos ha cobrado caro. Mantenerse informado por canales oficiales, respetar las indicaciones de las autoridades y priorizar la vida sobre cualquier pertenencia no son meras recomendaciones. Son el compendio de un conocimiento que, tristemente, sigue escribiéndose con cada nueva gota que cae.

Morelos tiene memoria hidrológica. Aprendamos de ella.

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