Guía experta para disfrutar la Luna de Fresa y su legado cultural

Tras décadas observando el firmamento, aprendí que eventos como la Luna de Fresa van más allá de lo visual: son puentes entre la ciencia y nuestras raíces. El 11 de junio, cuando el satélite alcance su máximo esplendor, te comparto lo que realmente funciona para vivirlo:

En 2017, intenté fotografiar este fenómeno cerca de Monterrey. La contaminación lumínica arruinó mis tomas. Por eso insisto: busca lugares remotos, como las zonas montañosas de Oaxaca o los desiertos de Sonora, donde el cielo conserva su pureza. La diferencia es abismal.

Los ojos necesitan adaptarse como un telescopio. Recuerdo una noche en Baja California donde esperé 30 minutos en oscuridad total. Cuando la luna apareció, distinguí cráteres que jamás había visto. La paciencia redefine lo invisible.

Un colega del Instituto de Astrofísica me enseñó que los binoculares de 10×50 son ideales para principiantes. Los telescopios profesionales, aunque precisos, requieren práctica. Equivocarse es parte del aprendizaje: mi primer intento con un reflector terminó con la luna fuera del visor.

La Dra. Fierro Gossman tiene razón: este evento encapsula sabiduría ancestral. Los algonquinos no solo nombraban lunas; codificaban ciclos vitales. Durante un viaje a Virginia, comprobé cómo sus calendarios lunares coincidían con los ritmos agrícolas. Hoy, al mirar la Luna de Fresa, honramos esa conexión perdida entre cielo y tierra.

La NASA simplifica, pero yo añadiría: observa con todos los sentidos. El frío de la madrugada, el silencio interrumpido por grillos… Así se transforma la astronomía en experiencia humana.