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Los Tecolotes humillan a los Charros en un partido de errores épicos

Una victoria aplastante que dejó más que simples números en el marcador.

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Guadalajara, Jalisco.- En un espectáculo que osciló entre el drama griego y la comedia del absurdo, los Tecolotes de los Dos Laredos no solo ganaron un partido de béisbol, sino que ofrecieron un másterclass sobre cómo convertir un juego en una alegoría de la incompetencia institucional. Los Charros de Jalisco, esos valientes caballeros de la pelota, demostraron que un equipo puede ser tan consistente como un político prometiendo reformas: con grandilocuencia al inicio y resultados desastrosos al final.

Eduardo Vera, el lanzador abridor de los Charros, no solo perdió el partido, sino también la dignidad, al permitir que los Tecolotes lo convirtieran en un mero trampolín para anotaciones. Con una actuación digna de un burócrata en hora pico, Vera repartió más bases por bolas que un repartidor de folletos en un mitin electoral. ¿Su estadística final? Cuatro hits, seis carreras (cuatro de ellas “limpias”, como si eso consolara a alguien) y tres pasaportes regalados en apenas 1.1 entradas. Un desempeño tan brillante como un apagón.

Los Tecolotes, esos sabios búhos del béisbol, no perdieron tiempo en enseñarles a los Charros que en este deporte, como en la vida, los errores se pagan caro. Cade Gotta y su séquito de bateadores convirtieron el diamante en un campo de batalla donde cada hit era un misil dirigido al ego jalisciense. ¿Cuatro carreras en el primer inning? Más bien, cuatro lecciones de humildad en menos de diez minutos.

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Y si los Charros pensaron que el segundo inning sería un respiro, los Tecolotes les recordaron que en esta liga no hay tregua para los mediocres. Dos carreras aquí, dos allá, como si estuvieran repartiendo puntos de corrupción en un congreso estatal. Harold Ramírez, Francisco Córdoba y José Martínez no solo batearon, sino que firmaron autógrafos en las gradas con cada hit, mientras los aficionados locales preguntaban: “¿Dónde está nuestro equipo?”

Johneshwy Fargas, el héroe accidental de los Charros, evitó la humillación total con un sencillo en la octava entrada. Una caridad, como esas migajas que los gobiernos reparten en año electoral para calmar a las masas. Pero ni eso pudo salvar a los Charros de su noche de ignominia, coronada por cuatro errores defensivos. Dos de ellos, tan evidentes que hasta el árbitro se rio.

Mientras Junior Guerra, el lanzador estrella de los Tecolotes, tejía una joya de ocho entradas con 11 ponches (una hazaña que dejó a los bateadores locales más confundidos que un votante indeciso), los Charros de Benjamín Gil demostraron que un equipo puede tener uniforme de gala y juego de callejón. ¿El resultado final? 10-1, un marcador que resume la noche: una paliza, una burla, una farsa.

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Este domingo, el Estadio Panamericano albergará el tercer acto de esta tragicomedia. Jeremy Rhoades y Brandon Brennan subirán al montículo, pero después de este espectáculo, uno se pregunta: ¿realmente importa? Los Charros ya demostraron que, a veces, el béisbol no es un deporte, sino un reality show sobre cómo fracasar con estilo.

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