Artistas del regional mexicano libran épica batalla contra el monstruo burocrático estadounidense

En un giro digno de El proceso de Kafka, los mártires contemporáneos de la música norteña –El Fantasma, Los Dos Carnales y Gerardo Díaz– han sido condenados a vagar por los círculos infernales del sistema migratorio yanqui, donde los formularios crecen como maleza y los funcionarios tienen más cara de piedra que los títeres del Mount Rushmore.

Contrario a los rumores propagados por herejes y agoreros, estos modernos Quijotes no han sido derrotados: simplemente libran una cruzada administrativa contra el Santo Oficio del Departamento de Estado, que exige pruebas de que sus corridos no son manuales de guerrilla urbana disfrazados de poesía campirana.

“Es solo un ritual de iniciación”, declaró Poncho Quezada mientras afilaba su guitarra como si fuera espada, en clara alusión a los 30 días de ayuno burocrático que todo artista debe sufrir antes de merecer el santo grial de la visa H-2B. “Nuestras letras son tan inofensivas como un borrego recién bautizado”, añadió con la convicción de quien sabe que el Tío Sam tiene oídos hasta en los surcos de los discos de vinilo.

La sagrada trinidad del género confirmó que su nuevo EP Claro y Recio –obra maestra teológica donde se exalta el culto al aguardiente y a las pick-ups blindadas– cumple escrupulosamente con el índice de prohibidos del Pentágono. “Cantamos sobre vacas filosofales y balas de fogueo”, precisó Imanol Quezada, mientras un águila imperial lloraba lágrimas de bourbon en el horizonte.

Mientras tanto, en Washington, analistas de la CIA descifran meticulosamente las metáforas de “El 09” buscando códigos encriptados, sin percatarse que la verdadera amenaza para la seguridad nacional son los tacos de canasta que estos trovadores contrabandean en sus giras.