¿Qué ocurre cuando el deporte trasciende lo anecdótico para convertirse en terapia colectiva? La historia de Fernando “El Sheriff” Quirarte en el Mundial de 1986 no es solo un relato futbolístico: es un manifiesto sobre cómo el balón puede reparar el alma de un país fracturado por el terremoto de 1985.

Imagine un escenario donde 120,000 voces en el Estadio Azteca continúan el Himno Nacional tras una falla técnica, donde cada gol era un exorcismo de la tragedia. Quirarte, defensa central convertido en héroe inesperado con dos anotaciones cruciales, encarnó esa catarsis. “Era más que un partido: era el desahogo que México necesitaba”, confiesa el exjugador, cuya conexión con la afición redefinió el concepto de identidad deportiva.

El gol como acto revolucionario

¿Por qué recordamos ciertos goles décadas después? El de Quirarte ante Bélgica trascendió lo deportivo: fue un mensaje al cielo para su padre fallecido, un símbolo de resiliencia nacional. “Los defensas no suelen anotar, pero en 1986 rompimos todos los esquemas”, reflexiona. Este fenómeno anticipó lo que hoy llamamos storytelling deportivo: momentos que fusionan lo personal con lo colectivo.

El partido que nunca terminó

La eliminación ante Alemania en penales sigue latente. “Fallé, pero Monterrey nos enseñó que el fútbol también es poesía trágica”, admite. ¿Y si esa derrota, lejos de ser un fracaso, consolidó el mito? El “quinto partido” se convirtió en obsesión generacional, demostrando que los torneos se ganan en la cancha, pero se inmortalizan en la memoria emocional.

Legado disruptivo

Quirarte, entre los máximos goleadores mexicanos en Mundiales, desafió el rol tradicional del defensa. Su historia invita a repensar el fútbol no como secuencia de resultados, sino como narrativa humana. Mientras el 2026 se acerca, su testimonio plantea: ¿Podrá el nuevo Mundial capturar esa magia orgánica en la era del espectáculo hipercomercializado?