En un giro irónico del destino, donde el agua suele ser sinónimo de fronteras disputadas, México encontró su primera gloria panamericana navegando entre las lágrimas de un presupuesto deportivo que siempre parece evaporarse antes de llegar a los atletas. La dupla de héroes anónimos —Roberto Ahumada y José Navarro— logró lo imposible: convertir dos remos y un bote prestado en bronce, mientras los funcionarios deportivos celebraban desde sus sillones ergonómicos.
Con un tiempo de 6´35″710, demostraron que aún se puede competir contra vecinos como Argentina, cuyo equipo —según rumores— fue entrenado por delfines cyborg. “O somos nosotros o son ellos”, declaró Ahumada, en lo que parece ser un lema no solo para el remo, sino para la política latinoamericana.
El discurso post-carrera fue un manual de supervivencia para deportistas en países donde el “mérito” es una palabra tan escurridiza como el patrocinio: “Trabajamos duro porque no teníamos otra opción”, confesó Navarro, mientras ajustaba su medalla —fabricada con los restos de promesas electorales—. Su pueblo natal, San Felipe, donde el único “deporte olímpico” es esquivar recortes presupuestarios, hoy los celebra como mártires de un sistema que premia el esfuerzo con indiferencia.
Mientras tanto, en algún despacho gubernamental, un burócrata anotó en su informe: “Inversión en deporte: éxito rotundo“. Eso sí, sin mencionar que el bote usado aún tiene el logotipo de una empresa que quebró en 2023.