El Gran Teatro del Afecto Reglamentado
En un acto de generosidad sin precedentes, los sumos sacerdotes de la farándula nos han concedido el privilegio de presenciar el ritual sagrado de la exhibición controlada. Los ilustrísimos Carlos Rivera y Cynthia Rodríguez, normalmente recluidos en su fortaleza de discreción, han emergido cual mariposas de seda y esmoquin para ofrecernos el maná visual que nuestras almas mendigas exigían.
¡Oh, divino espectáculo de la complicidad programada! La alfombra roja, ese altar donde los sentimientos se cotizan en dólares por pulgada cuadrada, fue testigo de cómo el amor conyugal puede ser dosificado con precisión milimétrica. La pareja, que normalmente guarda su intimidad con la avaricia con que un dragón guarda su oro, nos obsequió con el calculado despliegue de manos entrelazadas y sonrisas sincronizadas que el protocolo exige.
Mientras el cantante vestía la armadura de etiqueta que todo caballero del espectáculo debe portar en estas justas, su consorte lucía el rojo pasión que tan bien contrasta con los flashes. Y he aquí el momento cumbre de esta coreografía sentimental: cuando la dama, desde su asiento designado, ejecutó el ritual ancestral de la ovación conyugal programada. ¡Qué sublime paradoja que quienes ocultan hasta la sombra de su vástago nos ofrezcan este banquete de emociones prefabricadas!
En este circo moderno donde el afecto se mide en cobertura mediática y la autenticidad tiene horario de oficina, solo nos queda preguntar: ¿cuándo saldrá a la venta la colección de “momentos espontáneos” en formato NFT?
Desde el corazón ficticio de la industria del entretenimiento / SOL














