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Tres reinas del pop coronan la hipocresía del espectáculo moderno

Un trío de divas transformó la noche en un reinado efímero donde el baile fue ley y el público, súbdito.

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En un acto de suprema generosidad (o de cálculo mercantil exquisito), tres monarcas autoproclamadas del pop —Fey, Ana Bárbara y Marta Sánchez— descendieron de sus tronos dorados para conceder audiencia a los plebeyos en el segundo sacramento anual de Dancing Queen. La Ciudad de México, siempre ávida de rituales vacíos, se postró ante sus altezas en un espectáculo que mezcló nostalgia, coreografías estudiadas y una pizca de mariachi para sazonar el guiso.

La ceremonia comenzó con el himno obligatorio, ese que todos tararean pero nadie sabe quién escribió. Las tres divas, custodiadas por sus legiones de bailarines (mercenarios del ritmo), repartieron sonrisas y poses como si fueran indulgencias medievales. Cada una en su turno: Fey con su Caray (¿alguien recuerda qué significaba?), Marta Sánchez resucitando a Juan Gabriel como si fuera un Pokémon legendario, y Ana Bárbara, la emperatriz del drama ranchero, convirtiendo Así Fue en un tratado sobre relaciones tóxicas con trompetas.

El clímax, previsible como un discurso político, llegó con el reprise colectivo de Dancing Queen. El público, ebrio de fervor y sobreprecio en las bebidas, coreó las palabras sagradas mientras las reinas agitaban sus vestidos como banderas de un reino imaginario. ¿Ironía? La misma canción que celebra la juventud eterna fue entonada por tres mujeres que han convertido el paso del tiempo en un enemigo público número uno. El baile continuó, las luces se apagaron, y al día siguiente, nadie recordaba la letra completa.

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