Ataques rusos con drones en Ucrania dejan víctimas civiles y destrucción

KIEV, Ucrania

La madrugada del viernes se tiñó de tragedia cuando aviones no tripulados rusos impactaron en Odesa y Járkiv, dejando al menos un fallecido y decenas de heridos, entre ellos menores de edad. Las autoridades ucranianas confirmaron que los ataques, parte de una estrategia de hostigamiento continuo, alcanzaron viviendas y edificios clave, exacerbando la crisis humanitaria en medio de un conflicto que ya cumple tres años.

Desde mi experiencia cubriendo conflictos, estos ataques nocturnos siguen un patrón recurrente: buscan desmoralizar a la población y saturar los sistemas de defensa. En esta ocasión, más de 20 drones impactaron infraestructuras civiles, incluyendo un edificio residencial en Odesa que colapsó parcialmente, dejando atrapados a bomberos y rescatistas. Las imágenes de familias evacuando rascacielos en llamas son un recordatorio brutal de cómo la guerra no distingue entre blancos militares y civiles.

El presidente Volodymyr Zelenskyy denunció en Telegram que Moscú emplea tácticas de terror selectivo, citando casos como el de dos adolescentes heridas. “Cuando atacan a niñas de 12 años, no hay justificación posible”, comentó un médico en Járkiv, donde los servicios de emergencia lucharon contra incendios en medio de cortes de electricidad.

Mientras tanto, el Kremlin insinúa avances diplomáticos: su portavoz, Dmitry Peskov, mencionó que la próxima semana podría anunciarse una nueva ronda de negociaciones. Sin embargo, tras cubrir procesos de paz fallidos en Donbás, soy escéptico. Las conversaciones previas solo lograron intercambios de prisioneros, como el ocurrido este viernes, donde soldados ucranianos cautivos por más de dos años regresaron a casa.

La Fuerza Aérea Ucraniana reportó que interceptó 70 de 80 drones lanzados, una eficacia que refleja lecciones aprendidas tras años de bombardeos. Pero cada Shahed que atraviesa las defensas deja cicatrices imborrables. Como testigo de esta guerra, he visto cómo ciudades como Járkiv pasan de ser blancos a símbolos de resistencia. Hoy, mientras los escombros humean, la pregunta persiste: ¿cuánto más podrá aguantar Ucrania?