WASHINGTON.- Una nueva era en la política de seguridad
El presidente Donald Trump articulaba sus iniciativas para contener la violencia en la capital nacional cuando, en un momento casi coreografiado, su discurso fue interrumpido por el estruendo de sirenas.
“Disfruten la sinfonía de ese sonido”, proclamó Trump con una sonrisa. “No son sirenas woke”.
Durante una ceremonia destinada a conceder póstumamente la Medalla Presidencial de la Libertad al activista conservador Charlie Kirk, el instante simbolizó cómo la obsesión de Trump por el control social se ha convertido en el pilar fundamental de su segunda administración.
La arquitectura del control territorial
Su gabinete ha movilizado efectivos militares en distritos de mayoría progresista y ha instruido a agentes federales -frecuentemente con identidad enmascarada- para ejecutar detenciones migratorias. Ha planteado la militarización de zonas urbanas como “campos de instrucción táctica” y especula con invocar la Ley de Insurrección para neutralizar obstrucciones judiciales.
Consolidado en su segundo ciclo presidencial, Trump implementa finalmente el manual de mano dura que siempre prometió en campaña, liberado de los contrapesos institucionales que moderaban sus pulsiones más extremas durante su primer mandato. Este reajuste táctico ha fracturado protocolos democráticos, mientras críticos denuncian la weaponización del Departamento de Justicia para hostigar a disidentes políticos.
Operación Calor de Verano: los datos duros
El miércoles, el mandatario exhibió los resultados de la ofensiva bautizada como “Operación Calor de Verano“. Acompañado por el director del FBI, Kash Patel, y la secretaria de Justicia Pam Bondi en la Oficina Oval, Trump reveló que el organismo realizó más de 8.000 arrestos coordinados.
Reconoció que aunque abordó la delincuencia durante su campaña, nunca anticipó que se convertiría en el eje central de su gobernanza.
“Ahora es mi propósito fundamental”, afirmó, asegurando que sus acciones “superan exponencialmente” sus promesas iniciales y que “solo estamos en la fase de despegue”.
Genealogía de una obsesión
Esta estrategia representa la materialización de una cosmovisión forjada durante su etapa como magnate inmobiliario en la Nueva York de los 70-80, cuando la criminalidad desatada generaba demandas sociales de intervención drástica.
Las iniciativas trumpistas enfrentan resistencia de gobiernos locales. Sus planes de despliegue castrense en Chicago y Portland han sido judicialmente bloqueados. Confía en revertir los fallos en apelación, pero no descarta activar la Ley de Insurrección como plan B.
En otros territorios, sus directivas han transformado radicalmente la cotidianidad. A inicios de año, federalizó la Guardia Nacional de California como respuesta a las protestas antirredadas en Los Ángeles, además de desplegar efectivos en Washington D.C. y Memphis.
La administración evalúa replicar el protocolo en Baltimore, Nueva Orleans y Nueva York, mientras amenaza a Boston con reubicar el Mundial del próximo año si no intensifica sus tácticas policiales.
El legado de Central Park Five
La predisposición de Trump hacia el maximalismo punitivo —con independencia de la culpabilidad— se documenta desde hace tres décadas. Avivó fracturas raciales al exigir la ejecución de los Cinco de Central Park, adolescentes negros e hispanos wrongfuly condenados por violación en 1989.
El entonces empresario publicó anuncios full-page en diarios bajo consignas: “Restablezcamos la pena capital. ¡Empoderemos a nuestra policía!”. Las condenas fueron anuladas en 2002 tras evidencia que vinculaba a un violador serial con el crimen. Hoy, el episodio permanece en la memoria activista como emblema de un sistema penal estructuralmente sesgado.
La utopía de la seguridad total
Trump percibe ahora la implacabilidad anticrimen como un activo político que se fortalece mediante la escalada.
“Vamos a rescatar todas nuestras urbes, y las convertiremos en espacios esencialmente libres de delincuencia”, sentenció el miércoles.