El Buque Cuauhtémoc supera pruebas tras su reparación en Nueva York

El Regreso del Coloso Reparado: Una Oda a la Eficacia Burocrática

Con la pompa y ceremonia que solo un aparato estatal puede otorgar a su propia incompetencia, el Buque Escuela ARM “Cuauhtémoc” ha retornado triunfalmente a su amarre en el muelle 86 de Manhattan. No es un simple barco, es un monumento flotante a la resiliencia de los presupuestos públicos y a la capacidad de transformar tragedias en comunicados de prensa.

La Secretaría de Marina, en un alarde de transparencia que huele a salitre y a justificación administrativa, ha informado con minuciosidad notarial que el navío ha superado sus pruebas de aceptación en la mar. ¡He aquí un logro! No contentos con haberlo reparado tras estrellarlo en pleno astillero, exigieron que demostrara su capacidad para… flotar y moverse. Una hazaña sin precedentes para la ingeniería naval moderna.

Durante setenta y dos horas de maniobras meticulosas, se verificó lo evidente: que el timón gira a izquierda y derecha, que las hélices giran en ambos sentidos –una innovación revolucionaria– y que, milagrosamente, las radioemisoras emiten y reciben sonidos. Se comprobó, con el rigor científico de quien descubre el agua mojada, que los mástiles aguantan el viento y las cuerdas permanecen tensas. ¡Eureka!

Este regreso glorioso ocurre, cómo no, cuatro meses después de que el mismo organismo demostrara su pericia náutica estampando el buque contra unas instalaciones portuarias. Un percance, le llaman. Un eufemismo tan elegante como llamar “experiencia pedagógica” a hundir el barco de juguete en la bañera. El incidente, que seguramente será recordado en los anales navales como “el modesto roce”, se cobró dos vidas y dejó una veintena de heridos, amén de la integridad estructural del velero.

Tras la intervención técnica –eufemismo sublime para “arreglar lo destrozado”–, la Semar, en un arrebato de precaución post-traumática, dispuso estas pruebas de mar. ¿No es conmovedor? La institución que lo dañó ahora exige garantías de que sus propias reparaciones son funcionales. Es el equivalente marítimo de tropezar dos veces con la misma piedra, pero midiendo cada tropiezo con cronómetro y formularios en triplicado.

El 17 de septiembre, el velero, cual Fénix de fibra de vidrio y madera, zarpó hacia alta mar para que su tripulación pusiera a prueba cada componente. Imagínense la escena: marinos cruzando los dedos, susurrando plegarias a Neptuno mientras comprobaban, uno a uno, los tornillos que sus superiores habían apretado. No es un viaje de pruebas, es un ritual de autovalidación burocrática donde el fracaso no era una opción, porque ya había sido presupuestado.

Así, entre verificaciones de distintas revoluciones y enlaces de comunicaciones exteriores, se escribe la épica moderna de lo evidente: que un barco reparado puede navegar. La Armada de México no informa, sin embargo, de si también se probó su capacidad para evitar astilleros en movimiento. Algunos detalles, al parecer, quedan para el próximo capítulo de esta saga de realismo mágico institucional.

RELACIONADOS

Ultimas Publicadas

Matamoros

¿QUÉ PASO AYER?

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio