El gusano que devora el sur mientras el gobierno mira hacia otro lado

En un acto de solidaridad invertebrada, el gusano barrenador (GBG) ha decidido colonizar cuerpos humanos en Chiapas y Campeche, demostrando mayor eficacia que cualquier programa social del gobierno. La Secretaría de Salud, en su eterno romance con los eufemismos, “confirmó” 23 casos, como si se tratara de una exclusiva de restaurante en lugar de larvas devorando tejidos.

El boletín epidemiológico de la semana 24 —redactado con el entusiasmo de un manual de instrucciones— revela que las víctimas oscilan entre los 8 y 32 años. Curiosa coincidencia: la misma franja etaria que suele emigrar ante la falta de oportunidades. Los gusanos, más listos que muchos funcionarios, prefirieron asentarse en zonas estratégicas: cabezas (para evitar pensamientos críticos), genitales (símbolo de la esterilidad política) y cavidades bucales (silenciando protestas).

Chiapas, ese “paraíso ecoturístico” donde el estado sólo aparece para cobrar impuestos, lidera el ranking con 21 casos. Tapachula, Ocosingo y Chilón —nombres que suenan a promesas incumplidas— son los favoritos de estos parásitos. Mientras, en Campeche, dos afortunados ganaron el premio mayor: larvas en el cuero cabelludo, quizá como metáfora de ideas que nunca germinarán.

Lo más hilarante: siete pacientes fueron dados de alta “por mejoría”. ¿Habrán negociado con los gusanos? ¿O simplemente escaparon de un sistema de salud que prescribe aspirinas para tumores? El resto sigue en tratamiento, pero fuera de peligro, según las autoridades. Claro, el peligro real sería admitir que la miasis no es un accidente, sino el síntoma de un país podrido en neglecto.