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El Imperio Contraataca con un Decreto de Protección Zapateril

Un decreto contra el contrabando de zapatos desata una batalla épica por la soberanía de las suelas.

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En un acto de heroísmo burocrático sin precedentes, el Secretario de Economía, Marcelo Ebrard, ha declarado la guerra a la más temible de las invasiones: la de los zapatos extranjeros que osan pisar suelo patrio sin pagar el tributo correspondiente. La medida, publicada en el Diario Oficial con la pompa de una bula papal, promete salvar a la industria nacional de la perfidia asiática que, so capa de “importación temporal”, inundaba nuestros mercados con sus suelas herejes.

El mecanismo era tan diabólico como simple: bajo el sagrado manto del programa IMMEX, las hordas de calzado terminado entraban como “materia prima” con la promesa de ser exportadas, solo para desertar y quedarse en nuestras tiendas, evadiendo el IVA como un espía evade la aduana. “¡No paga IVA porque no va al mercado interno!”, proclamó Ebrard, descubriendo el hilo negro de la evasión fiscal mientras la industria local mordía el polvo, reducida en un 12.8% por la competencia desleal de quienes no entendían las reglas no escritas del proteccionismo.

La propia Presidenta Sheinbaum, en un arrebato de lucidez aduanera, sentenció: “¿Importación temporal para un calzado terminado? ¡No! Los productos terminados no tienen ese permiso”. Así, con la contundencia de quien cierra la puerta a un vendedor ambulante, el gobierno ha decidido que, a partir de ahora, todo zapato que quiera entrar en México deberá hacerlo por la puerta grande: pagando impuestos como Dios manda.

La estadística, esa ciencia que siempre acompaña a la demagogia, fue esgrimida con dramatismo: de exportar seis pares por cada uno importado en 2021, México había caído en la vergüenza de importar y exportar a partes iguales. ¡Un par por un par! Una ecuación tan insostenible como injusta, que exigía una respuesta contundente. Ebrard, en un discurso ante los sumos sacerdotes de la piel y el calzado en Guanajuato, lo dejó claro: “Ya basta y se acabó”. El mensaje era claro: si quieres vender aquí, paga. Al menos el 25%. Porque la soberanía nacional se defiende en las suelas.

Así, mientras los consumidores se preparan para pagar más por sus zapatos en aras de la patria, la industria nacional se frota las manos, esperando que esta medida, tan antigua como efectista, reactive no solo la producción, sino también el orgullo de llevar lo hecho en México, aunque cueste un ojo de la cara. Porque al final, como bien saben los grandes satíricos, nada une más a un país que un enemigo común, aunque ese enemigo sea un par de zapatos baratos.

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