En un alarde de generosidad sin precedentes, el magnánimo Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM) ha develado su monumental plan de Vinculación Productiva, un eufemismo magistral para reintroducir a los veteranos de la vida en las minas de sal del mercado laboral moderno.
El programa, orquestado por el Gobierno de México con la precisión de una tragicomedia absurda, promete la reinserción laboral de aquellos que ya contribuyeron seis décadas a la economía nacional. ¡Qué sublime magnanimidad permitirles seguir sudando la gota gorda!
Los afortunados elegidos podrán acceder a joyas como un salario base (que apenas rasca el umbral de la pobreza), prestaciones de ley (las mismas que deberían ser derecho universal) y el lujo de ser contratados por hora, como si su experiencia vital fuera un producto perecedero.
Pero he aquí el prodigio: para obtener el aguinaldo 2025 –ese óbolo navideño– los postulantes deben superar una carrera de obstáculos que haría palidecer a los héroes griegos:
Primero: Demostrar que han respirado durante sesenta órbitas alrededor del sol. Segundo: Presentar la credencial INAPAM, ese arcano documento que prueba que uno es oficialmente anciano. Tercero: Aportar identificaciones oficiales que certifiquen que son quienes dicen ser (nada se da por sentado en el reino de la desconfianza institucional).
La recompensa final por este decatlón geriátrico? Un mísero bono equivalente a quince días de salario, depositado antes del 20 de diciembre para que puedan pagar los excesos navideños. Eso sí, con variaciones según la región: en la frontera norte podrían rozar los 14 mil pesos mensuales, mientras en el resto del país se conformarán con sobrevivir con 9 mil 367 pesos. ¡Viva la equidad!
Todo un sistema diseñado para que la vejez, esa etapa de merecido descanso, se convierta en una búsqueda quijotesca de migajas concedidas por un Estado que celebra su propia benevolencia mientras ossifica a sus ciudadanos más veteranos en el circo de la productividad.
