La épica del luchador contra la retórica oficial en Veracruz

Foto: El Universal.

En un alarde de precisión lingüística digna de la Academia de la Lengua, la excelsa gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, catalogó el catastrófico desbordamiento del río Cazones como un “ligero desbordamiento”, como si el agua hubiera sido invitada a tomar el té y se hubiera servido una taza de más. La indignación ciudadana, por supuesto, no entendió de tales sutilezas semánticas.

Mientras el aparato estatal perfeccionaba el arte de la ayuda fantasmal —una innovadora estrategia de asistencia donde la presencia se mide por su ausencia—, emergió de las cloacas del espectáculo un héroe inverosímil: el luchador Ronaldo Rodríguez, alias “Lazy Boy”, quien con la elocuencia de un estadista pronunció la frase más lúcida de la crisis: “Aquí es donde se deberían estar gastando el pinche dinero”. Toda una lección de economía aplicada para los burócratas de salón.

El paladín de la lona, en un acto de apropiación cultural conmovedor, se autoproclamó “veracruzano de corazón”, demostrando que la solidaridad necesita menos documentos oficiales y más botas embarradas. Mientras las instituciones jugaban al escondite con la Guardia Nacional —¿dónde estarán, será un ejercicio de camuflaje avanzado?—, nuestro héroe se metía en el lodo literal y metafórico para entregar víveres con sus propias manos, desafiando la epidemia de desinformación gubernamental.

En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera admirado, fue necesario que un luchador profesional —cuyo nombre sugiere pereza— enseñara a todo el gabinete estatal el significado real de trabajar. Mientras las ruedas de prensa describían realidades alternas, “Lazy Boy” documentaba en Instagram la verdadera magnitud de la tragedia, creando el más efectivo sistema de verificación de datos mediante imágenes.

Siete días después del “ligero inconveniente hídrico”, el gobierno mexicano finalmente reconoció lo que las aguas habían mostrado desde el principio: 76 ciudadanos fallecidos y 39 desaparecidos en cinco estados. Una estadística fría que contrasta con las sonrisas de los damnificados ante la ayuda real —la del luchador, no la del gobierno— que, según el propio Rodríguez, “no tiene precio”. Irónicamente, es el único servicio que el Estado no ha podido presupuestar.

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