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La ministra del pueblo que nació entre ternas y votos

La justicia se viste de pueblo mientras la corte baila al ritmo del poder.

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En un giro que nadie esperaba (o que todos vieron venir), Lenia Batres Guadarrama, la autodenominada “Ministra del Pueblo“, ha logrado lo imposible: convertir la Suprema Corte en un puesto de tacos donde las sentencias se sirven con salsa de lealtad política. Tras una “elección histórica” —es decir, un ritual democrático donde 5.8 millones de votos validaron lo que ya estaba escrito—, Batres seguirá decorando el Pleno de la SCJN con su particular interpretación de la justicia: aquella que siempre coincide con los designios de la Cuarta Transformación.

Su trayectoria es un manual de supervivencia en el pantano burocrático: desde repartir cambio en Tiendas Gigante hasta repartir justicia desde el máximo tribunal, pasando por corregir textos en Proceso (ironías del destino: ahora los medios la corrigen a ella). Su ascenso no fue meteórico, sino cuidadosamente orquestado: asesora aquí, consejera allá, siempre en la órbita de AMLO o Claudia Sheinbaum, como un satélite que jamás desafía la gravedad del poder.

Lo más conmovedor es su discurso: juró “servir al pueblo” desde el Poder Judicial, ese mismo pueblo al que nunca le preguntaron si quería que la Corte se convirtiera en una extensión del Ejecutivo. Eso sí, su concepto de “justicia para el más débil” es tan elástico que podría estirarse hasta justificar cualquier cosa… siempre que el “derecho humano” en cuestión lleve el sello oficial.

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Y no olvidemos el detalle más entrañable: es hermana de Martí Batres, porque en México la meritocracia a veces viene con apellidos que suenan a dinastía revolucionaria. Así, entre votos, ternas fallidas y coincidencias familiares, la “Ministra del Pueblo” nos recuerda que, en este país, la justicia puede ser muchas cosas… menos imparcial.

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