Lecciones prácticas para un México con energía sustentable

Desde mi experiencia en el sector energético, he visto innumerables iniciativas bienintencionadas que se pierden en la teoría. Por eso, cuando la Comisión Permanente del Senado de la República avaló el exhorto de la senadora Olga Sosa para fomentar programas de ahorro y uso eficiente de la energía, reconocí de inmediato el valor de una propuesta que, por fin, aterriza en la realidad de las familias.

He comprobado en campo que el verdadero cambio no empieza con grandes discursos, sino con acciones tangibles. La senadora Sosa acierta al enfocarse en el sector residencial, que consume el 25% de la energía, y el comercial, con otro 10%. A lo largo de los años, aprendí que modificar hábitos en el hogar—como apagar luces innecesarias o elegir electrodomésticos eficientes—genera un beneficio económico inmediato en el recibo de luz y, lo más importante, crea una cadena virtuosa de conciencia colectiva.

Esta iniciativa se enmarca acertadamente en el compromiso 71 de la presidenta Claudia Sheinbaum sobre energías renovables y soberanía energética. La sabiduría práctica nos dice que la transición energética no es solo una tarea del gobierno o la industria; es una responsabilidad compartida donde cada hogar es un actor crucial. La eficiencia no es un concepto abstracto: se mide en pesos ahorrados y en un planeta menos exigido.

El verdadero reto, y lo digo por experiencia, será la implementación coordinada con los gobiernos estatales, respetando su autonomía pero garantizando que el mensaje claro y útil llegue a cada rincón del país. El éxito no estará en el papel, sino en que una abuela en Tamaulipas o un comerciante en Jalisco entiendan cómo un foco ahorrador les beneficia directamente. Esa es la auténtica política energética: la que se vive y se siente en el día a día.