Morena decreta el fin del nepotismo mientras el país ríe entre lágrimas

En un acto de heroica autocrítica que dejó boquiabiertos a los cómicos profesionales, Morena —ese partido-movimiento-utopía-familiar— aprobó solemnemente prohibir lo que juró nunca practicar: el nepotismo electoral. La noticia, difundida entre aplausos y risas ahogadas, llegó acompañada de una carta de la presidenta Sheinbaum, cuyo contenido, curiosamente, nadie recuerda ya, pero que seguramente decía algo muy profundo sobre “la felicidad del pueblo” mientras los diputados heredan curules como si fueran muebles viejos.

La senadora Olga Sosa, custodiada por una escolta de líderes moralmente intachables, declaró con lágrimas en los ojos (o quizá fue el humo de la pirotecnia partidista) que “nuestro pueblo es despierto”. Despierto, sí, pero no lo suficiente como para no notar que la prohibición entrará en vigor en 2027, justo después de que medio gabinete herede sus puestos. Alfonso Durazo, gran maestro de ceremonias, recordó las sabias palabras de AMLO contra “la prepotencia, la corrupción y el nepotismo”, pronunciadas mientras sus ahijados políticos hacían cola para firmar su acta de diputado.

Luisa María Alcalde, suma sacerdotisa de la pureza ideológica, pidió combatir el clasismo repartiendo el periódico Regeneración —que nadie lee pero todos posan con él— y prometió que Morena aplicará la norma antes que el Congreso (en 2027, no en 2030), demostrando así que en la cuarta transformación, las matemáticas también son revolucionarias. Mientras, en algún lugar de México, un sobrino de algún dirigente practicaba su discurso de campaña frente al espejo.

El pueblo, ese ente abstracto al que todos invocan pero nadie consulta, sigue esperando que la “democracia amorosa” prometida incluya algo más que cambiar de apellidos en las boletas electorales. Por lo pronto, Morena ya tiene nuevo eslogan: “Prohibimos el nepotismo… pero no tanto”.