Sheinbaum equipara quema de libros con fascismo tras marcha contra gentrificación

En un giro digno de los manuales de ironía política, la mandataria capitalina descubrió súbitamente que los autoproclamados revolucionarios del siglo XXI comparten manual de instrucciones con los camisas pardas de 1930. Tras la segunda catarsis colectiva contra la gentrificación —ese monstruo mitológico al que todos señalan pero nadie define—, unos iluminados decidieron que nada expresa mejor el amor al conocimiento que prenderle fuego a una librería en la meca del pensamiento crítico: la UNAM.

“¿Quemar libros? ¡Eso sólo lo hacen los fascistas!“, declaró Sheinbaum con la misma convicción con que otros políticos descubren el agua tibia. La doctora en energía renovable —pero no en ironías— omitió mencionar que los mismos colectivos que hoy rompen vidrios fueron sus aliados estratégicos en campañas pasadas. La dialéctica en tiempos de Twitter: lo que ayer era lucha social, hoy es vandalismo fascistoide.

Frente a las rentas que escalan más rápido que un influencer en TikTok, la solución gubernamental fue tan original como predecible: 14 puntos (número mágico donde los haya) que prometen desde viviendas dignas hasta supervisión estricta. Eso sí, sin tocar los intereses inmobiliarios que convierten colonias populares en parques temáticos para expats. El capitalismo creativo: cuando el activismo quema libros pero el mercado quema derechos.

Mientras tanto, en el sur profundo de la ciudad, los vecinos —esos extras en la película de la gentrificación ilustrada— siguen esperando que alguien les explique por qué su protesta legítima ahora huele a piromanía ideológica. Moraleja posmoderna: puedes incendiar el sistema, pero nunca una librería. Eso, al parecer, es la línea roja de la revolución de bolsillo.