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La Amazonía bajo estrés revela el futuro climático que nos espera

Científicos revelan cómo la Amazonía podría convertirse de pulmón del planeta en fuente de emisiones.

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En el corazón de la selva amazónica, un experimento digno de una distopía orwelliana lleva décadas simulando lo que ocurriría si los dioses del capitalismo (disfrazados de cambio climático) decidieran cerrar el grifo de las lluvias. Bajo 6.000 paneles de plástico -que bien podrían ser los restos de un Walmart arrasado por el apocalipsis- los científicos han creado el primer bosque “premium” con derecho a morir de sed.

El proyecto Esecaflor (nombre que en portugués suena tan esperanzador como “Departamento de Recursos Humanos”) ha demostrado lo que cualquier campesino podría haber adivinado: si le quitas el agua a un bosque durante 24 años, los árboles se convierten en leña. La ironía suprema es que este experimento costoso y meticuloso confirma lo que los pueblos originarios llevan siglos gritando a los oídos sordos de la civilización occidental.

Los resultados son tan predecibles como deprimentes: la Amazonía, ese pulmón del planeta que los políticos mencionan en cada discurso vacío, puede transformarse de sumidero de carbono en emisor más rápido de lo que un ministro de medio ambiente tarda en vender concesiones mineras. El 40% de la biomasa desapareció, como desaparecen los fondos para la conservación cuando llega una crisis económica.

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Lo más hilarante (en el sentido trágico del término) es que los científicos se sorprendieron al descubrir que el bosque no se convirtió en sabana. ¡Qué alivio! Solo perdió casi la mitad de su vegetación y liberó toneladas de carbono, pero al menos sigue siendo técnicamente un bosque. Como cuando un político dice “no hubo corrupción” porque técnicamente devolvieron el dinero robado.

Ahora, en un giro digno de una tragicomedia, los investigadores han quitado los paneles para ver si el bosque se recupera. Es el equivalente ecológico a apagar el cigarrillo en el sofá y esperar que las llamas desaparezcan por arte de magia. Mientras tanto, la Amazonía real -no la de laboratorio- sufre sequías históricas que matan delfines y provocan incendios, pero claro, eso solo ocurre en las noticias que nadie lee mientras sigue desplazándose por redes sociales.

El experimento demuestra una verdad incómoda: la naturaleza es resistente hasta que no lo es, como esos sistemas económicos que prometen crecimiento infinito en un planeta finito. La Amazonía puede aguantar décadas de estrés, pero llega un punto en que colapsa. Exactamente como nuestras sociedades, solo que sin paneles de plástico que nos protejan de las consecuencias.

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