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Nayarit construye un edén para turistas mientras los nayaritas esperan migajas

Mientras el paraíso turístico florece, los locales se preguntan cuándo llegará el “goteo” de la riqueza prometida.

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En un acto de generosidad desbordante, el ilustrísimo gobernador de Nayarit, Miguel Ángel Navarro Quintero, ha decidido convertir Bahía de Banderas en el nuevo Montecarlo mexicano, con una inversión de 20 mil millones de pesos (sí, esos mismos que nunca alcanzan para hospitales rurales). La noticia, envuelta en el brillo de los resorts todo incluido, promete “derrama económica”, ese mágico concepto donde el dinero, como por arte de neoliberalismo, caerá del cielo sobre los pobladores locales.

El mandatario, con la solemnidad de un profeta moderno, aseguró que los inversionistas confían ciegamente en Nayarit gracias a su estabilidad económica (ignoren los reportes de pobreza) y su seguridad (si no cuentan los titulares de violencia). Entre los proyectos estrella destacan plantas desalinizadoras, porque nada dice “lujo sustentable” como convertir agua de mar en margaritas para turistas, mientras las comunidades vecinas siguen comprando garrafones.

“Priorizaremos a las empresas locales“, juró el gobernador, sin especificar si se refería a los puestos de meseros o a los contratos de limpieza. La promesa de “empleos dignos” resuena especialmente conmovedora en un estado donde “digno” suele rimar con “salario mínimo”. Eso sí, los futuros complejos hoteleros garantizan zonas de confort exclusivas para jubilados extranjeros, porque ¿qué mejor símbolo del progreso que una playa donde los nayaritas son bienvenidos… como personal de servicio?

Mientras los folletos turísticos celebran a Nayarit como referente nacional de inversiones, los pescadores y agricultores locales se preguntan si su nuevo rol en este paraíso será el de extra decorativo en la postal del desarrollo. Al fin y al cabo, como dicta la sabiduría popular: “Cuando el turismo avanza, los pueblos… se mudan a la periferia”.

Lo que sí es un éxito rotundo es el arte de vender espejismos: hoteles de cinco estrellas para unos, cuentas de luz impagables para otros. ¡Ah, la magia del crecimiento incluyente!

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