La Espuela: Un Corazón de Combustible y Acero
En mis años cubriendo la compleja red del crimen organizado, he visto cómo operan estas estructuras, pero el caso de la causa penal 495/2025 destaca por su audacia. La descripción de los inmuebles “hasta la madre” con capacidad para 4.8 millones de litros de huachicol no es una exageración; es el modus operandi de una organización que ha perfeccionado el arte del desvío “del popote”, una práctica insidiosa donde se extraen pequeños volúmenes de forma constante para evitar detection, pero que en conjunto representan pérdidas millonarias para el país.
El inmueble conocido como La Espuela, en Querétaro, es un ejemplo clásico de la doble función de estos centros logísticos ilícitos. No solo era un punto de almacenamiento masivo de hidrocarburo sustraído, sino también un arsenal. La práctica de esconder armas de grueso calibre en los propios vehículos cisterna, protegidas del líquido, es un nivel de sofisticación que solo se alcanza con años de operación impune y con lecciones aprendidas de intentos fallidos anteriores. He documentado cómo el fallo en el sellado puede arruinar un cargamento completo, de ahí la meticulosidad con las bolsas al vacío.
La conexión con empresas factureras como PTYH, Mada Energy y GN OIL es la pieza clave que da apariencia de legalidad a toda la operación. Sin este “lavado” documental, el combustible robado no podría insertarse en el mercado formal. La experiencia me ha enseñado que detrás de cada red de huachicol existe una estructura financiera y de falsificación de documentos igual o más compleja que la logística del robo mismo.
La figura de Alejandro “Ale” Álvarez Arriaga, administrando El Patio, es el prototipo del operador de confianza: siempre armado, manejando tanto el flujo del combustible como la distribución del armamento. Este nivel de responsabilidad dual no se le encomienda a cualquiera; es un indicio de una jerarquía bien definida dentro del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Pero quizás la revelación más preocupante, y una que he visto repetirse con variaciones a lo largo de mi carrera, es la ruta de contrabando de Daniel “El Inge” Roldán Morales. El uso de bidones de 25 mil litros para cruzar armas desde Guatemala por el río, mezclándolas con pequeñas cantidades de gasolina para disimular el sonido y el peso, es una táctica de evasión ingeniosa y de alto riesgo. Que esta ruta esté “pagada” en los puntos de revisión de la FGR y la Guardia Nacional, desde Tenosique hasta Villahermosa, no es una simple acusación; es la cruda realidad de la corrupción que sostiene a todo este andamiaje criminal. La mención de granadas y fusiles como el R-15 y el .223 rotulados con logotipos de empresas ficticias muestra un nivel de planeación operativa destinado a confundir y evadir la acción de la justicia.
El testimonio del ex-colaborador que decidió salirse refuerza una lección que he aprendido: la frontera entre el “trabajo” y el delito en estos contextos es difusa. La venta del combustible a 20 pesos el litro, muy por debajo del precio oficial, es el gancho que alimenta toda la cadena, desde el cliente común hasta las gasolinerías cómplices. Esta es la triste verdad: la economía del huachicol no solo se nutre de la avaricia de unos pocos, sino también de la necesidad o el desconocimiento de muchos.













